Sunday, December 23, 2007

Aullido

A Ginsberg, a la generación del 84

y a todos los que me han compartido

cuando el dolor destroza.



He visto a las mejores mentes de mi generación

tragándose escaleras de mercurio a la salida de cualquier

estación de metro

y mirando por encima de los tejados buscando restos de cualquier licor,

vándalos burgueses desesperados

que se tragaron la aurora con dedos ensangrentados

y esperaron a que una tropa de ángeles llegara

con espadas flameantes

a sacar el líquido de heridas que supuran morfina,

que interpretaron como signos inequívocos de placer

mañanas en la cama con leves dosis de autoindulgencia,

que mintieron y huyeron y bailaron como posesos

la danza perversa de los sátiros,

buscando condones inexistentes en cajones y bolsillos

y se maldijeron por el adulterio y continuaron desnudos follando como putas,

que lamieron restos de ojos vacíos por el impacto de la verdad

y olieron por narices abiertas respirando el auténtico aroma del mundo,

que tragando absenta absorbieron la realidad,

ahogándose en bosques verdes y abortos que nunca ocurrieron,

dudando de su esterilidad en un subidón de endorfinas,

que nunca llegaron a comprender una felicidad con sonrisa de virgen

de una boca que sale del otro lado de una barra bañada en whisky y años de sabiduría,

que tragándose el orgullo vomitaron en Avenida de América

todas las pasiones repentinas ahogadas en un estómago infinito

y conducidas por un taxista cocainómano

que guardaron la culpa y el hachís y las borracheras

y lo conviertieron en una explosión atómica de interacción humana a ritmo de jazz,

que volando entre edificios llegaron a tocar a Dios

llegaron a tocar querubines bañados en oro con la música estática del renacimiento,

escrita con notas blancas que alguien dejó en la tapa del baño de un bar,

que en Nueva York se atragantaron con los huesos de Ginsberg

y sacaron las entrañas para llenar una casa entera de profundo arrepentimiento

mezclado con impotencia y presidentes muertos,

que inundados de orgullo y asco y muerte y una sensación etérea en Malasaña

jugaron a ser dramáticos personajes una copa tras otra

perdiendo el orgullo y el equilibrio y la cartera

en el suelo lleno de charcos bañados de brotes de grandeza,

que arrastrándose como nubes coléricas entre antenas inútiles

desearon no haber comido nunca la fruta prohibida del desengaño,

que amedrentados volvieron a casa a esperar un fin del mundo que siempre llega pero nunca acaba,

jugando a la ruleta rusa bañados en vodka y manzanas podridas recién cortadas del árbol

que tirados volvieron a una cama vacía

alucinando en la plaza del dos de mayo un mundo de luces azules

y guardias poniéndose en las esquinas

con trenes sonando y viejas cruzando

y toda la muerte y las penas del mundo metidas en una jeringuilla.


He visto a las mejores mentes de mi generación

regocijándose en la mierda y en los mejores momentos

y volando hacia un lugar en el que tocaron a un Dios que no existe

y cerrando la ventana por donde se cuelan algunas noches las estrellas

y diciendo adiós cuando un escalofrío y un aullido

que se escapan desde el centro del dolor

ven despuntar el alba.

Friday, December 21, 2007

Gris

Los terrenos angostos
como los de la calle santa palma pastora
son ideales para huir sin dejar rastro.

Ayer las llamas consumieron todo,
no te sirvió sentir el calor en tu cuello,
tuviste que convertirte en sal,
aquella sal de las lágrimas que derramó Lot
cuando se dio cuenta de que volvías,
de que preferías el suicidio a vivir sin mirar atrás.

Hoy todo son esqueletos y cascotes,
armazones cubiertos de grisáceo polvo,
penas sepultadas bajo los escombros,
y un silencio roto por el batir de alas
de los ángeles exterminadores
que vuelven a sus sofás tras las 8 horas de trabajo.

Mañana seré yo quien quiera volver,
pero los guijarros que dejamos en el camino
se habrán mezclado con los embustes del recuerdo.
La vuelta sólo servirá para darme de bruces
contra los bolardos que tú y yo colocamos gentilmente
como obsequio para los que venían detrás.

Wednesday, December 12, 2007

24 condicionales perfectos. Prólogo.

La vida está llena de condicionales totalmente perfectos que jamás verán su fruto porque las cosas siguen el cauce que les hemos marcado desde el principio, aquel momento en que el indicativo se zampó al subjuntivo con mermelada de indefinido y ahora la objetividad dictamina la realidad y no hay relativismos que frenen su curso, porque a pesar de tener un pedal a mano no conseguirían acabar con la fuerza incontestable de la inercia. Las últimas palabras siempre se dicen con la frialdad de la materia gris aunque sea el corazón quien realmente piensa.

Al final, el dominio de nuestros actos viene determinado por no dañar a terceros porque nuestro seguro no lo cubre y los viernes por la noche en casa son como los inviernos sin calefacción, como las tardes de verano que reemplazan las que se esperan de cualquier noviembre. Cosa inusual como un hombre que llora y plancha ―todo a la vez, damas y caballeros― o un gato con botas.

Circunstancias que nos rodean, que nos exigen la actuación que se espera de nosotros y la consecuente pérdida de todas las cosas buenas por culpa de nuestra obcecación.

Total, ciñámonos a las reglas y busquemos refugio en iglúes o pateras, porque habrá un día en el que todo quedará helado; yo lo sé, tú lo sabes, tú también e incluso tú, y no importará nada lo que nos pase. Ese día, consideraremos los hechos, sopesaremos el balance de daños, los muertos, los heridos y actuaremos en consecuencia:

Sin medias tintas y burlando en plata, lo mandaremos todo a la mierda.