Wednesday, December 12, 2007

24 condicionales perfectos. Prólogo.

La vida está llena de condicionales totalmente perfectos que jamás verán su fruto porque las cosas siguen el cauce que les hemos marcado desde el principio, aquel momento en que el indicativo se zampó al subjuntivo con mermelada de indefinido y ahora la objetividad dictamina la realidad y no hay relativismos que frenen su curso, porque a pesar de tener un pedal a mano no conseguirían acabar con la fuerza incontestable de la inercia. Las últimas palabras siempre se dicen con la frialdad de la materia gris aunque sea el corazón quien realmente piensa.

Al final, el dominio de nuestros actos viene determinado por no dañar a terceros porque nuestro seguro no lo cubre y los viernes por la noche en casa son como los inviernos sin calefacción, como las tardes de verano que reemplazan las que se esperan de cualquier noviembre. Cosa inusual como un hombre que llora y plancha ―todo a la vez, damas y caballeros― o un gato con botas.

Circunstancias que nos rodean, que nos exigen la actuación que se espera de nosotros y la consecuente pérdida de todas las cosas buenas por culpa de nuestra obcecación.

Total, ciñámonos a las reglas y busquemos refugio en iglúes o pateras, porque habrá un día en el que todo quedará helado; yo lo sé, tú lo sabes, tú también e incluso tú, y no importará nada lo que nos pase. Ese día, consideraremos los hechos, sopesaremos el balance de daños, los muertos, los heridos y actuaremos en consecuencia:

Sin medias tintas y burlando en plata, lo mandaremos todo a la mierda.

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